Escuchad, nietos --dice el abuelo: Anoche rondaron los lobos por el pueblo. Los sentí aullar. El hambre les hace bajar de los montes. El hambre siempre hace, al hombre y al lobo, buscar su pan o su carroña para poder alimentarse, descolgándose por las cañadas para buscar su alimento en los poblados. Bajan, mayormente, de noche.Así, nietos queridos, de noche no se puede salir, no se debe salir, porque, como dice el refrán, de noche todos los gatos son pardos. O a lo mejor, son lobos y el lobo no respeta nada cuando tiene hambre.
Los nietos escuchaban al abuelo, asustados, al amor de la lumbre que ardía en suelo de la ahumada casa de aldea. Él se arrebujaba en la esquina del banco, mientras fumaba su pipa renegrida y, más allá, la abuela se dedicaba a trocear una escasa hogaza para hacer sopas y echarlas el pote que pendía de una cadena, llamada calamillera --y que en asturiano ser dice calamilleres, cuyo nombre más correcto debe ser caramilleras--. El pote hervía y desprendía un olor agradable, pues contenía ya algunos ingredientes, como castañas y medio trozo de embutido, que acompañaba uno y otro muy bien con los trozos de pan que la abuela --por nombre Felida--echaría encima de lo que ya contenía el pote de hierro, que son los recipientes que mejor sabor dan a la comida..
La nieva caía lenta y sorda. Fuera de la casa aldeana no se escuchaba nada. O sí. Se sintieron aullar los lobos lastimosamente, allá lejos...
--El abuelo les hizo atender y les hizo guardar silencio.
--Veréis cómo aúllan, veréis...
Pero el abuelo oía otra cosa. Algo que le hizo decir a su también anciana esposa:
--Presiento que va a ocurrir algo esta noche, Felida...
Y no se equivocada, no se equivocó.
Fuertes golpes sonaron en la puerta, que parecían tirarla abajo.
--¡Abrir a la fuerza..!
Los tres nietos, dos niños y una niña, de pocos años, temblaron y se abrazaron a los dos abuelos, llorando, mientras arreciaron los golpes a la puerta de la casa pobre del pueblo de Ordaliego.
El abuelo, aunque curado de espanto, abrió con justo miedo al requerimiento amenazador de la tropa que comandaba un sargente de apellido Campos, terror de la comarca e individuo inhumano, que no se inhibía de maltratar jóvenes o viejos, mujeres u hombres. De sobra sabía Manolín lo que podría ocurrirle con semejantes personajes a la puerta. Cuando abrió, recibió un fuerte empujón, que lo tiró al suelo, en tanto su mujer, anciana de más de 75 años, procuró ayudarlo, pero también ella fue arrojada de una patada a una esquina, mientras los críos, temblaban de espanto, entre lloros y gritos, tan sobrecogidos de miedo que parecían petrificados...
Media docena de individuos, con capotones pardos, fusiles y metralletas, irrumpieron en la casa preguntando por el hijo del matrimonio, al que buscaban porque había luchado al lado de la República y al que querían ajustarle las cuentas, como a otros vecinos, los que ya habían pagado con la vida las consecuencias de haber perdido la guerra.
Revolvieron la casa dejándola patas arriba, mientras cogieron la única ristra de chorizos que había en la casa, e incluso miraron lo que cocía en el pote...Y fue cuando Felida,que sollozaba de los palos que le dieron, se aupó para arriba y les pidió suplicando que dejasen aquellas sopas, que era la única comida que tenían aquellos críos...
Aquellos críos, mal vestidos, con los pies sin alpargatas, con el hambre de muchos día encima...
La tropa de eufóricos canallas, tras muchas amenazas y advertencias a los dos ancianos, por fin salieron, pero dejando un signo de espanto en la casa pobre, a los dos ancianos maltratados y a los niños aterrados de espanto...iluminados por un candil de luz escasa, con el fuego que antes ardía en el suelo, deshecho y pisado, los pocos enseres que habían revueltos y rotos.
¡¡Qué grandeza la de aquella tropa, que comandó el tal Campos, atropellando a ancianos y a niños, avasallando con su fuerza la desgracia de aquella familia de Ordaliego.
Los nietos, aquella noche, se olvidaron de los lobos, y habrán comprobado que los hombres aquellos eran -fueron-- peor que los lobos montaraces. Fueron hienas sanguinarias.
Cincuenta años después uno de aquellos niños encontró en la capital del concejo a un individuo alto, y altivo, de faz pálida, que, en cuanto le vio, la causó una impresión de asombro y recelo . ¿Quién era aquel individuo? ¿De que le conocía? ¿Por qué le impresionaba tanto? Preguntó a un vecino si lo conocía y el vecino, le conocía:
--Si, hombre. Es el sargento Campos, el que se casó con la hija de Caraña....
No precisó oír más quién había preguntado al vecino. Aquel individuo era--fue-- el que maltrató y torturó a sus abuelos, amedrentó a niños y causó más de una muerte por aquellos contornos.
El sargento Campos. La historia es verídica . Es decir, la realidad fue mucho mayor, más cruda y más cruel por culpa de este sujeto, que algún tiempo después supe que había muerte de cáncer en la garganta.
Los nietos escuchaban al abuelo, asustados, al amor de la lumbre que ardía en suelo de la ahumada casa de aldea. Él se arrebujaba en la esquina del banco, mientras fumaba su pipa renegrida y, más allá, la abuela se dedicaba a trocear una escasa hogaza para hacer sopas y echarlas el pote que pendía de una cadena, llamada calamillera --y que en asturiano ser dice calamilleres, cuyo nombre más correcto debe ser caramilleras--. El pote hervía y desprendía un olor agradable, pues contenía ya algunos ingredientes, como castañas y medio trozo de embutido, que acompañaba uno y otro muy bien con los trozos de pan que la abuela --por nombre Felida--echaría encima de lo que ya contenía el pote de hierro, que son los recipientes que mejor sabor dan a la comida..
La nieva caía lenta y sorda. Fuera de la casa aldeana no se escuchaba nada. O sí. Se sintieron aullar los lobos lastimosamente, allá lejos...
--El abuelo les hizo atender y les hizo guardar silencio.
--Veréis cómo aúllan, veréis...
Pero el abuelo oía otra cosa. Algo que le hizo decir a su también anciana esposa:
--Presiento que va a ocurrir algo esta noche, Felida...
Y no se equivocada, no se equivocó.
Fuertes golpes sonaron en la puerta, que parecían tirarla abajo.
--¡Abrir a la fuerza..!
Los tres nietos, dos niños y una niña, de pocos años, temblaron y se abrazaron a los dos abuelos, llorando, mientras arreciaron los golpes a la puerta de la casa pobre del pueblo de Ordaliego.
El abuelo, aunque curado de espanto, abrió con justo miedo al requerimiento amenazador de la tropa que comandaba un sargente de apellido Campos, terror de la comarca e individuo inhumano, que no se inhibía de maltratar jóvenes o viejos, mujeres u hombres. De sobra sabía Manolín lo que podría ocurrirle con semejantes personajes a la puerta. Cuando abrió, recibió un fuerte empujón, que lo tiró al suelo, en tanto su mujer, anciana de más de 75 años, procuró ayudarlo, pero también ella fue arrojada de una patada a una esquina, mientras los críos, temblaban de espanto, entre lloros y gritos, tan sobrecogidos de miedo que parecían petrificados...
Media docena de individuos, con capotones pardos, fusiles y metralletas, irrumpieron en la casa preguntando por el hijo del matrimonio, al que buscaban porque había luchado al lado de la República y al que querían ajustarle las cuentas, como a otros vecinos, los que ya habían pagado con la vida las consecuencias de haber perdido la guerra.
Revolvieron la casa dejándola patas arriba, mientras cogieron la única ristra de chorizos que había en la casa, e incluso miraron lo que cocía en el pote...Y fue cuando Felida,que sollozaba de los palos que le dieron, se aupó para arriba y les pidió suplicando que dejasen aquellas sopas, que era la única comida que tenían aquellos críos...
Aquellos críos, mal vestidos, con los pies sin alpargatas, con el hambre de muchos día encima...
La tropa de eufóricos canallas, tras muchas amenazas y advertencias a los dos ancianos, por fin salieron, pero dejando un signo de espanto en la casa pobre, a los dos ancianos maltratados y a los niños aterrados de espanto...iluminados por un candil de luz escasa, con el fuego que antes ardía en el suelo, deshecho y pisado, los pocos enseres que habían revueltos y rotos.
¡¡Qué grandeza la de aquella tropa, que comandó el tal Campos, atropellando a ancianos y a niños, avasallando con su fuerza la desgracia de aquella familia de Ordaliego.
Los nietos, aquella noche, se olvidaron de los lobos, y habrán comprobado que los hombres aquellos eran -fueron-- peor que los lobos montaraces. Fueron hienas sanguinarias.
Cincuenta años después uno de aquellos niños encontró en la capital del concejo a un individuo alto, y altivo, de faz pálida, que, en cuanto le vio, la causó una impresión de asombro y recelo . ¿Quién era aquel individuo? ¿De que le conocía? ¿Por qué le impresionaba tanto? Preguntó a un vecino si lo conocía y el vecino, le conocía:
--Si, hombre. Es el sargento Campos, el que se casó con la hija de Caraña....
No precisó oír más quién había preguntado al vecino. Aquel individuo era--fue-- el que maltrató y torturó a sus abuelos, amedrentó a niños y causó más de una muerte por aquellos contornos.
El sargento Campos. La historia es verídica . Es decir, la realidad fue mucho mayor, más cruda y más cruel por culpa de este sujeto, que algún tiempo después supe que había muerte de cáncer en la garganta.
Bendito sea Dios.
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